Hoy me quedó clara una diferencia sustancial entre los que estamos de un lado y del otro de la trinchera.
Si éste no es el primer post del Diván que lees, seguramente ya sabrás sobre el odio encarnizado que siento hacia el efecto producido por esos aparatos llamados Blackberry®; y que quede claro: todo cool con el device; es el usuario el que me molesta. El ruidito que produce la bolita, el rechinido de la yema del dedo contra el cuadrito que reemplazó a la bolita, la letrita cursiva espantosa, los bizcos que hacen sus usuarios al leer un mail. En verdad, tener una BB (“be-be”, ¿es en serio?) cerca, me enerva.
Por otro lado, está el iPhone. Complejamente sencillo, sin más allá de 4 botones, un teclado que imposibilita una rápida escritura pero con millones de cosas para hacerla divertida. El iPhone, sin embargo, también absorbe la atención del que lo tiene en sus manos; no por los mismos métodos que la Blackberry, pero lo hace.
Pero volvamos a la trinchera.
Sala de junta en un edificio corporativo. 11:05am. Lunes. Primer día de agosto.
De un lado de la mesa, está nuestro querido Cliente, con su traje Hugo Boss, sus mancuernillas MontBlanc que hacen juego con la pluma que ya no usa porque la reemplaza su imponente y muy tecnológica Blackberry, con la que manda y recibe mails, con lo que, todopoderoso, ve videos en una pantalla pequeña o lee los guiones que le mandamos, en tipografía de 4 puntos.
Del otro lado, Creativo y su iPhone, quizá más caro que la BB del cliente, pero con ropa más vieja y tennis infinitamente más sucios, que no por eso más baratos. Nosotros, lo estaremos usando para twitter, para tomarle foto a la mancuernilla del cliente para subirla al Facebook pero metiéndole un filtrito cotorro del Instagram o el Hipstamatic; estaremos mandándole la foto vía Whatsapp a nuestra dupla o, como el cliente, leyendo mails… pero no de la agencia, sino de nuestro gmail.
La diferencia entre unos y otros -aparato+usuario-, no radica en la productividad, sino en cómo se hace la relación entre objeto y persona.
Para el cliente, la BB es una extensión de su seria oficina, con sus serios pendientes y su importantísima y apretada agenda.
Para nosotros, es un juguete más con el que podemos divertirnos, expresarnos, distraernos; tal cual como lo hacemos con nuestro cuaderno de trabajo. Es una extensión de las cosas que nos interesan, nos estimulan y nos inspiran.
Si le preguntamos a cada uno, cada quien defenderá a su gadget… Tal y como lo harán 65 minutos después, con sus respectivos puntos de vista.
Para el cliente, sus argumentos son una extensión de su serio puesto, con sus serias obligaciones y sus importantísimos y dictatoriales jefes, que le exigen resultados de venta cada trimestre.
Para nosotros, nuestros argumentos son en defensa de lo que creemos divertirá a la gente, lo que expresará su sentir, lo que los distraerá de la vida diaria; tal cual los defendemos a ellos cuando todos insisten en la poca inteligencia del consumidor. Nuestros argumentos, son una extensión de esa sensación de protección hacia lo que nos interesa, nos estimula y nos inspira: ¡TU MARCA, CLIENTE!
¿Y sabes qué es lo más curioso? No deberíamos estar en diferentes lados de la trinchera. Cuando clientes y agencia se dan cuenta que trabajan para conseguir el mismo fin, es cuando las marcas se hacen ENORMES y la publicidad se llena de ALMA.
Antes de eso, es una guerra de vendedores tan tonta como tonta es la diferencia entre Blackberries y iPhones… que, para el caso, terminan siendo pinches teléfonos y nada más.
¿Conclusión? Al empezar la junta, todo mundo apaga sus chingaderas… Sean lo que sean.